El este rebelde de Ucrania, frente a un riesgo de epidemia de VIH


Donetsk (Ucrania) (AFP) – Las bombas siguen cayendo periódicamente en el este de Ucrania, escenario desde hace más de tres años de un sangriento conflicto entre las fuerzas de Kiev y separatistas prorrusos, pero Natalia Gurova lleva a cabo otro combate.

Esta activista dirige un programa de distribución de jeringuillas limpias y de preservativos entre los toxicómanos y las trabajadoras del sexo de Lugansk, su ciudad natal, uno de los bastiones de los rebeldes en el este del país.

Con esta misión, está en primera línea en la lucha contra la transmisión de enfermedades infecciosas y del VIH, mientras que más de tres años de guerra han afectado duramente al sistema de salud de la región y a la disponibilidad de tratamientos.

“Todo ha empeorado”, lamenta Gurova, miembro de la Asociación Panucraniana de Salud Pública, una organización benéfica.

Si bien consigue que su programa siga funcionando, los tratamientos de sustitución destinados a los toxicómanos, como la metadona, han desaparecido por completo. Esta última fue prohibida por las autoridades rebeldes, cuya política de lucha contra las drogas es muy represiva.

A falta de tratamiento, más de 900 pacientes locales han empezado a recurrir a peligrosas alternativas artesanales que han hecho que el riesgo de transmisión de enfermedades se dispare, explica la militante.

“Hay más casos de infección de VIH entre los tóxicomanos y es muy difícil entrar en contacto con ellos”, explica Gurova.

– Evitar una catástrofe humanitaria –

Además, la activista destaca que se ha registrado un aumento de trabajadoras del sexo en la “zona gris”, a lo largo de la línea del frente. “No hay trabajo, no hay salarios. Esa es la única opción que les queda” a las mujeres, afirma.

Y conseguir preservativos, lubricante o incluso compresas en los territorios controlados por los rebeldes también supone una auténtica lucha, entre los puntos de control de los beligerantes y la frontera rusa, bien protegida.

Antes de que comenzara el conflicto, en abril de 2014, Ucrania, y en particular el este industrial, ya enfrentaba una de las epidemias de VIH más graves de Europa oriental.

Con todo, el país estaba avanzando, gracias a una política sanitaria progresista que se tradujo en una reducción del número de infecciones, principalmente entre los toxicómanos.

Pero en el este, estos progresos han quedado prácticamente en nada a causa de la violencia de los combates, que han dañado hospitales y provocado un éxodo de los médicos y una escasez de medicamentos.

En 2015, las organizaciones internacionales lograron evitar una catástrofe humanitaria negociando con Kiev y los rebeldes para que se siguieran entregando medicamentos antirretrovirales a miles de enfermos de los territorios separatistas.

Se desbloquearon fondos de emergencia y Naciones Unidas calcula que alrededor de 10.000 niños y adultos con VIH reciben tratamiento en esas zonas.

– Riesgo de contagio –

Pero, aunque las negociaciones sobre los tratamientos más urgentes dieron sus frutos, la situación sigue siendo trágica en términos de prevención.

La necesidad de soldados en el frente también ha perturbado la lucha contra las adicciones, explica el doctor Igor Pirogov, que trabaja en un hospital de Donetsk, un feudo separatista.

“La mayoría de nuestros pacientes se puso un uniforme, tomó un arma y se fue” al frente junto a los rebeldes, explica. “Muchos de ellos dicen abiertamente que toman todavía más drogas en tiempo de guerra que en tiempo de paz”, añade.

Por otro lado, las autoridades ucranianas han dejado de distribuir tratamientos de sustitución fuera de la línea del frente.

Con todo, mientras que la situación sanitaria en las zonas en manos de los rebeldes se ha deteriorado, la del resto del país parece estar mejorando.

“La bajada del número de nuevas infecciones de VIH es alentadora”, considera Pavlo Skala, de la Alianza por la Salud Pública, en Kiev.

Aún así, los expertos han manifestado su preocupación por que una posible crisis sanitaria en los territorios rebeldes pueda acabar propagándose al resto de Ucrania.

“Los soldados posicionados en la línea de demarcación pueden controlar la frontera pero no la difusión de una epidemia”, resume Skala.



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